En
una sociedad cada vez más burocrática y centralizada, la figura del escriba
alcanzó un gran protagonismo, pues su actividad como funcionario real era básica
para el desarrollo del Estado. Los escribas, encargados de anotar los impuestos
y los tributos pagados al faraón, así cómo contactar con reyes o embajadores
extranjeros, vieron aumentar su poder adquisitivo y pudieron permitirse el
encargo de obras de arte.
En
esa misma época la correspondiente a la dinastía IV y V del Imperio Antiguo, el faraón cedió a
algunos estribas la gracia de la vida eterna, que hasta entonces era de su
exclusividad. De aquí surge la necesidad de realizar esculturas de carácter
funerario, de las cuales un excelente ejemplo el Escriba sentado. Esta obra fue
descubierta por el arqueólogo Auguste Mariette en 1850 en la necrópolis de Sakkara,
frente la ciudad de Menfis, que había sido la capital del Imperio Antiguo.
El
escriba sentado es presentado en posición sedente, sosteniendo un papiro y un
estilo, un instrumento punzante que servía para escribir encima de superficies
blandas o cenceradas.
Va
vestido con una pieza llamada shenti, hecha de paño de lino, larga y estrecha,
que se ciñe a la cintura a modo de falda y sobre la que se apoya el papiro. El
pelo, de color negro intenso, podía ser natural o bien una peluca, prenda
corriente en Egipto, donde la mayoría de los personajes importantes se afeitaba
la cabeza y utilizaban diferentes pelucas según la ocasión.
Sobre
la tonalidad rojiza de la piel, destacan los ojos y la intensidad de la mirada.
Los ojos, de color terroso y ocre, eran de pasta vítrea y estaba elaborado con
mucho detalle. La cornea era de alabastro; el iris de basalto; y las pupilas de
plata. Los parpados están sujetos con una especie de grapas de cobre y, para
dar mayor realce a la mirada, el artista resalta los pómulos, mientras que las
mejillas aparecen un poco hundidas.
El
cuerpo del escriba está bien proporcionado, aunque la postura es un tanto hierática.
Las manos y los pies son de gran tamaño y en ellos destacan algunos detalles
como las uñas. En el torso resaltan el dibujo del pecho y un prominente
abdomen, alejado de un canon de belleza ideal, mientras que en los brazos y en
las piernas se marca con detalle la musculatura.
Por
la posición erecta del torso, su casi total simetría y la dirección elevada de
su mirada, esta figura presenta una verticalidad acusada, aunque se trata de
una escultura sedente, que puede ser enmarcada en un triangulo.
La
característica principal de esta obra es la búsqueda del naturalismo. La voluntad
de hacer una representación realista, llena de detalles, se contrapone a la idealización
de la figura de los faraones, que respondían a la plasmación de la inmortalidad
y la divinidad.
Algunos
autores creen que la figura del Escriba sentado corresponde a Kai, un personaje
con varios escribas a su servicio, el cual se hizo representar en la actitud característica
de un escriba para mostrar su interés por el conocimiento y el estudio.